AUTOBIOGRAFÍA


Marcela Sánchez
Mara


Cuando vuelo, como un pájaro migrante, sobre los episodios de mi vida, intuyo que absolutamente todo es asombro. Yo hago arte, como una tentativa de explicar ese asombro.

Nací signada por un destino artístico, del que me resultó imposible despegarme.

De niña, creía que iba a ser escritora. Las horas se colmaban de una luz memorable, cuando escribía diarios, cuentos, relatos y, por supuesto, malos poemas.

Llenar cuadernos escolares era mi forma de libertad.

Y también, por supuesto, mi manera de limar las asperezas de la realidad, y de cierta melancolía.

La primera vez que observé a un fotógrafo, ejerciendo su magisterio de luz, quedé para siempre eclipsada.  Me pareció un milagro que los hombres y las cosas no se evaporaran, que el carnaval del mundo pudiera ser detenido,

Aunque nací por casualidad en Manizales, me niñez tuvo como escenario la montaña.  Desde entonces soy cómplice del paisaje, al que quisiera beber, y al que honro con pinturas y fotografías. Ellas son un homenaje a la extraviada esencia de la vida.

La realidad me impuso muchas máscaras: estudié mercadeo, aprendí a trabajar en las monocordes oficinas. Pero un lunes, al amanecer, decidí ser la prófuga de mi propia invención y renuncié a todo y me eché a andar.

Fotografía y pintura son los nombres del artificio con el que convoco a la plenitud, y con las que narro el mundo.

Estas mujeres en vigilia que exhibo hoy, como una pasarela metafísica, están todas a la espera de que suceda algo esencial, ellas son mis hijas, mis hermanas, mis dulces amigas.  

 


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